martes, 21 de julio de 2015

EL PODER DE LA TENTACIÓN

1. El poder de la tentación para entenebrecer la mente. El juicio del hombre es afectado por la influencia de la bebida (Os. 4: 11). En la misma forma, la tentación también tiene el poder para entorpecer el juicio del hombre. El dios de este siglo ciega las mentes de aquellos que no creen en el Evangelio, para que no vean la gloria de Cristo (II Cor. 4:4) En una manera semejante, cada tentación disminuye la claridad del entendimiento y del juicio del hombre. La tentación ejerce este poder en una variedad de maneras, pero solo consideraremos tres de las más comunes:

a. La tentación puede dominar la imaginación y los pensamientos de tal manera que uno puede pensar en ninguna otra cosa. Cuando un hombre es tentado, hay muchas consideraciones que le traerían alivio, pero la tentación es tan fuerte que domina su mente y su imaginación. Es incapacitado para concentrarse en las cosas que le ayudarían. Es como un hombre que es dominado por un problema. Hay muchas formas para solucionar el problema, pero él está tan preocupado con el problema mismo que queda ciego ante cualquier posible solución.

b. La tentación puede usar los deseos y las emociones para entorpecer la mente e impedir que piense con claridad. Cuando una persona permite que sus deseos o sus emociones controlen su pensamiento, entonces dejará de pensar con claridad. A menudo, la tentación cautivará los deseos y las emociones de tal manera que la persona ya no tiene control completo de su razonamiento. Antes de que entre en la tentación particular, puede ver con claridad que cierto curso de acción está equivocado. Sin embargo, cuando la tentación ha obrado sobre sus deseos y emociones, ya no podrá pensar con claridad. Muy pronto estará pensando en cómo justificar o excusar sus acciones pecaminosas.

c. La tentación provocará los deseos malos del corazón del hombre de tal manera que estos deseos controlarán la mente.

El deseo pecaminoso .es como un fuego, y la tentación es el combustible que lo hace arder y salir fuera de control. Frecuentemente, la razón del hombre le persuadirá a poner un freno sobre sus deseos pecaminosos recordándole de las consecuencias de lo que desea hacer. Si el fuego de la tentación obra sobre el deseo pecaminoso, entonces la razón ya no tendrá el poder para detenerlo. Nadie sabe la violencia y el poder de un deseo pecaminoso hasta que se encuentre con una tentación especialmente adecuada para este deseo. Aún los mejores de los hombres pueden ser sorprendidos y abrumados por el poder de un deseo pecaminoso cuando se encuentran con una tentación idónea. Piense en que tan pronto el temor de Pedro le arrastró para negar a su Señor. ¿Acaso se atreverá a considerarse como fuerte cuando tiene un enemigo tan poderoso?

2. El poder de la tentación en una comunidad. En Apo.3:10, el Señor habla de "la hora de prueba" que ha de venir sobre el mundo entero para probar a los que moran sobre la tierra. Esta "hora de prueba" vino para probar a los descuidados creyentes profesantes de aquel tiempo. Satanás vino como un león para desviarlos de la verdad. Vamos a pensar acerca de tres aspectos de esta clase de prueba:

a. Esta clase de prueba es un juicio de Dios en el cual Dios tiene dos propósitos. El primero es para castigar al mundo que ha menospreciado su Evangelio. El segundo es para juzgar a aquellos que falsamente dicen ser creyentes. Esto significa que la prueba tiene un poder especial para cumplir el propósito de Dios. La Biblia habla de personas "que no recibieron el amor a la verdad para ser salvos", personas que no creyeron a la verdad sino que se complacieron en la injusticia. A fin de castigarlos, "Dios les envía un espíritu de error para que crean la mentira a fin de que sean condenados..." (2 Tes.2:9-12). Dios no ha cambiado. En su santa soberanía todavía envía tales pruebas las cuales nunca son en vano, sino que Dios les da poder para cumplir lo que El quiere.

b. Esta clase de prueba incluye la tentación de seguir el mal ejemplo de otros creyentes "profesantes" que tienen una reputación de ser piadosos. En los tiempos cuando la iniquidad aumenta, las normas generales de la piedad entre el pueblo de Dios disminuyen y se debilitan. Esta declinación empezará con unos pocos creyentes que comiencen a volverse negligentes en sus deberes cristianos, descuidados y mundanos. Estos creyentes se sienten "libres" para seguir sus deseos pecaminosos. Quizás al principio, otros creyentes les condenarán y les redargüirán, pero después de un tiempo se conformarán a su mal ejemplo. Muy pronto los verdaderamente piadoso serán la minoría y los otros la mayoría. Debemos tomar muy en serio el siguiente principio: "Un poco de levadura, leuda toda la masa" (1 Cor.5:6 y Gál.5:9). ¿Qué se necesita para cambiar completamente el ambiente moral de una iglesia? Sólo se necesita que unos cuantos creyentes de una buena reputación continúen en su declinación espiritual y que la justifiquen ante los demás. Pronto una multitud seguirá su mal ejemplo.

Es más fácil seguir a los muchos para hacer mal (Ex.23:2) que mantenernos firmes a favor de la justicia. El mismo principio es verdad en cuanto a las enseñanzas falsas. ¿Qué se necesita para cambiar la posición doctrinal de una iglesia? Todo lo que se necesita es que unos pocos creyentes de buena reputación provienen y justifiquen la enseñanza falsa. No pasara mucho sin que la multitud comience a seguirle. Muy pocos creyentes se percatan de cuán fuerte es la tentación para seguir el ejemplo de otros. En cada época los creyentes deberían aprender a no poner su confianza en los hombres "piadosos", sino en la Palabra de Dios. Si somos humildes, consideraremos seriamente las opiniones y las prácticas de aquellos que tienen una reputación de ser piadosos. Sin embargo, si sus opiniones y prácticas son contrarias a la Palabra de Dios, no debemos seguir su ejemplo.

c. Esta clase de tentación generalmente incluye fuertes razones para seguir a la multitud hacia el mal. En el punto anterior señalamos que hay una fuerte tentación para seguir el ejemplo de personas que tienen una buena reputación. Además, estos líderes del mal pueden dar "buenas razones" para defender sus opiniones y prácticas. ¿Está usted dispuesto a pensar por sí mismo? o ¿Permitirá que otros piensen por usted? Si es así, entonces usted será muy fácilmente desviado por las conclusiones falsas de otros. Por ejemplo, el Nuevo Testamento sin lugar a dudas, da una enseñanza muy clara con relación a la libertad que los creyentes tienen en Cristo. Tristemente, no es difícil para algunos pervertir esta enseñanza. Poco a poco, pero ciertamente, las salvaguardas de la santa ley de Dios son quitadas, y la libertad cristiana es convertida en un pretexto para el pecado. Si los creyentes fueran a ver desde el principio hasta dónde les conducirá esta enseñanza, con horror le volverían la espalda. Pudiera ser que algunos de estos maestros no se percaten al principio de las consecuencias que sus enseñanzas les traerán. Al principio, su desviación pudiera parecer pequeña e insignificante. Sin darse cuenta, los maestros y sus seguidores se desvían cada vez mas de la verdad hasta que cambian la verdad de Dios por una mentira" (Rom. 1:25).

Por ejemplo, hoy en día hay un número creciente de cristianos “profesantes” que están dispuestos a minimizar y a aun negar la condenación bíblica de las prácticas homosexuales. Esta es una ilustración moderna de esta advertencia. Otras ilustraciones de las desviaciones de los tiempos modernos son: métodos y tácticas de evangelismo que no tienen ningún apoyo bíblico; la omisión en la predicación evangelística de la necesidad del arrepentimiento y la sumisión al Señorío de Cristo; la disminución de las normas bíblicas para la membrecía de la Iglesia y el descuido de la disciplina; la omisión o el abierto rechazo de doctrinas tan fundamentales como la predestinación; la depravación humana y la necesidad de una obra especial del Espíritu Santo para convertir a los inconfesos; la falta de una enseñanza clara sobre las evidencias de la regeneración, y las normas bíblicas para el proceso de la santificación y la mortificación del pecado, etc.


martes, 14 de julio de 2015

LA TENTACIÓN I

Los discípulos se sentían confiados aún y cuando el peligro estaba a la vuelta de la esquina. Fue entonces que el Señor dio esta advertencia: "Velad y orad, para que no entréis en tentación..." (Mat.26:41; Mr.14:38; Luc.22:46) Cada discípulo de Cristo necesita la misma advertencia. Esta advertencia contiene tres lecciones básicas que cada creyente debería aprender muy bien. 
Resultado de imagen para tentacion1. La tentación es algo contra lo cual el creyente necesita guardarse continuamente. 

2. "Entrar en tentación" significa ser tentado en la forma más profunda y peligrosa. 

3. Para evitar que seamos dañados por esta clase de tentación, el creyente debería aprender a "velar y orar". 

En la Biblia vemos que existen dos clases diferentes de tentación. Hay un tipo de tentación que Dios usa y hay un tipo de tentación que Satanás utiliza. La tentación es como un cuchillo o que puede ser utilizado para un propósito bueno o malo: puede servir para cortar la comida o puede ser usado para cortar su garganta. 

La clase de tentación que Dios usa 

Algunas veces la Biblia usa la palabra "tentación" para significar una prueba o un examen. (Vean por ejemplo que la versión antigua traduce Santiago 1:2 como "diversas tentaciones" y la versión 1960 traduce la misma frase como "diversas pruebas".) Abraham fue probado por Dios (vea Gen 22:1) y en una forma u otra, todos los creyentes están sujetos a pruebas y tentaciones. Hay que notar dos puntos importantes acerca de dichas pruebas. . 

El propósito de Dios en enviarnos Pruebas.

1. Las pruebas ayudan al creyente a conocer el estado de su salud espiritual. A veces, la experiencia de una prueba enseñará al creyente las gracias espirituales que Dios está produciendo en su vida. La prueba que Dios le envió a Abraham demostró la fortaleza de su fe. A veces la prueba le mostrará al creyente las maldades de su corazón de las cuales no estaba consciente. Dios probó a Ezequías para revelarle el orgullo que había en su corazón (2 Cron.32:31). A veces los creyentes necesitan ser animados viendo las gracias espirituales que Dios está obrando en sus vidas. A veces los creyentes necesitan ser humillados aprendiendo acerca de la maldad oculta de sus corazones. Dios cumple ambos propósitos a través del uso de pruebas adecuadas. 

2. Las pruebas ayudan al creyente a conocer más acerca de Dios. 

a. Solamente Dios puede guardar al creyente de caer en el pecado. Antes de que seamos tentados, pensamos que podemos manejar cualquier tentación con nuestras propias fuerzas. Pedro pensaba que jamás negaría a su Señor. La tentación le mostró que sí era capaz de hacerlo. (Mat.26:33-35,69-75). 

b. Cuando hemos aprendido nuestra debilidad y el poder de la tentación, entonces estamos listos para descubrir el poder de la gracia de Dios. Esta es la gran lección en que el apóstol Pablo fue enseñado por medio de "su aguijón en la carne" (vea 2 Cor.12:,7-10).


lunes, 6 de julio de 2015

Adoración centrada en Dios

Como hemos visto, adorar es dar homenaje. No es principalmente para nosotros, sino para aquel a quien deseamos honrar. Adoramos para que se complazca y encontramos nuestros placer en agradarle. La adoración debe estar, por lo tanto, centrada en Dios y centrada en Cristo. Debe estar enfocada en el Señor del pacto.
El señorío del pacto tienen tres aspectos: el control, la autoridad y la presencia. El Señor es el que controla el curso entero de la naturaleza y la historia, es quien habla con autoridad absoluta y suprema, y es quien toma a su pueblo para que sea suyo, para estar con ellos. Estos tres aspectos del señorío divino son prominentes en la adoración bíblica.

En la adoración, reconocemos el control de Dios, su gobierno soberano sobre la creación. Las alabanzas del pueblo de Dios en la Escritura son típicamente alabanzas por sus “actos portentosos” en la creación la providencia y la redención (ver, por ejemplo, Ex. 15:1-18; Sal. 104; Sof. 3:17; Apoc. 15:3-4).

Adorar a Dios es también arrodillarse ante su autoridad absoluta y suprema. Adoramos no sólo su poder, pero también su santa palabra. El salmo 19 alaba a Dios por revelarse a sí mismo a través de sus actos portentosos en la creación y la providencia (vrs. 1-6) y luego por la perfección de su ley (vrs. 7-11). Cuando entramos a su presencia, sobrecogidos por su majestad y poder, ¿cómo podemos ignorar lo que él nos dice? Así que, en la adoración escuchamos la lectura y la exposición de las Escrituras (ver. Hech. 15:21; 1 Tim. 4:13; Col. 4:16; 1 Tes. 5:27; Hech. 20:7; 2 Tim. 4:2). Dios quiere que seamos hacedores de su palabra, no sólo oidores (Rom. 2:13; Sant. 1:22-25; 4:11).

Y en la adoración, experimentamos la presencia de Dios. Como Señor del pacto, Dios viene a nosotros al adorarle para estar con nosotros. El tabernáculo y el templo en el Antiguo Testamento eran lugares donde Dios mismo se reunía con su pueblo (Ex. 20:24). Los adoradores gritan de júbilo de que Dios esté con su pueblo (Sof. 3:17). El nombre de Jesús, el nombre en el que adoramos, es Emanuel, que significa “Dios con nosotros” (Isa. 7:14; Mat. 1:23). En la adoración en el Nuevo Testamento, la presencia de Dios puede impresionar aun al visitante incrédulo, de tal manera que “él se postrará y adorará a Dios, declarando que en verdad Dios está entre vosotros” (1 Cor. 14:25).

Por lo tanto, la verdadera adoración está saturada de recordatorios del señorío de Dios. Adoramos para honrar sus actos portentosos, para escuchar su palabra de autoridad, y para tener comunión personal con él, como aquel quien nos ha hecho su pueblo. Cuando nos distraemos de nuestro Señor del pacto y estamos preocupados por nuestra propia comodidad y placer, entonces algo está seriamente mal con nuestra adoración. Como mi antiguo pastor Dick Kaufmann dice, “Cuando salgamos de la adoración, no debemos preguntarnos primero, ¿Qué obtuve? sino ¿Cómo desempeñé mi labor de honrar al Señor?

miércoles, 1 de julio de 2015

¿Qué es Adorar?

Adorar es el acto de reconocer la grandeza de nuestro Señor del pacto. En la Escritura, hay dos grupos de términos hebreos y griegos que se traducen como “adorar.” El primer grupo se refiere a una “labor” o “servicio.” En el contexto de la adoración estos términos se refieren principalmente al servicio a Dios llevado a cabo por los sacerdotes en el tabernáculo o en el templo durante el período del Antiguo Testamento. El segundo grupo de términos significa literalmente “arrodillarse” o “doblar la rodilla,” es decir, “dar homenaje, honrar a alguien más.”
Del primer grupo de términos podemos concluir que la adoración es algo activo. Es algo que hacemos, es un verbo. Aun en este punto tan prematuro de nuestro estudio podemos notar que la adoración es algo muy diferente al entretenimiento. En la adoración no debemos ser pasivos, sino participativos.

Del segundo grupo de términos podemos aprender que la adorar es honrar a alguien superior a nosotros mismos. Por lo tanto, no se trata de agradar a nosotros sino de agradar a alguien más. Inmediatamente se pone en perspectiva la pregunta “¿Cómo podemos mejorar la adoración?”; no será “mejor” principalmente para nosotros, sino “mejor” para Aquel a quien deseamos honrar. Puede ser que la adoración que sea mejor para él sea también mejor para nosotros. Pero nuestra preocupación principal debe ser agradarle; cualquier beneficio para nosotros será secundario. Así que adorar es presentar un servicio para honrar a alguien distinto a nosotros.

La escritura utiliza todos estos términos para hacer referencia a las relaciones entre los seres humanos. Debemos servirnos los unos a los otros, y debemos honrar a los demás. Pero hay un sentido especial en el que sólo Dios es digno de adoración. El primero de los Diez Mandamientos dice, “No tendrás otros dioses delante de mí” (Ex. 20:3). A Dios, quien es llamado Jehová (“Señor”) en el Decálogo, le es dado un honor único, uno que no debe ser compartido con alguien más. El quinto mandamiento, “Honra a tu padre y a tu madre,” deja claro que los seres humanos también merecen honor. Pero ese honor no debe competir con el honor que le debemos al Señor mismo.

Los Diez Mandamientos son la constitución escrita de una relación de pacto entre Dios e Israel. Ese pacto es una relación entre un gran rey (el Señor) y un pueblo que toma para sí. Como el Señor del pacto, Dios declara que Israel es su pueblo y Él es su Dios. Como su Dios, les habla con autoridad suprema y por lo tanto gobierna cada aspecto de sus vidas. Su responsabilidad principal es honrarle por encima de cualquier otro ser. No debe estar en competencia la lealtad y los afectos de Israel: “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza.” (Deut. 6:4-5).

Jesús refuerza esta enseñanza: “Nadie puede servir a dos señores”(Mat. 6:24). No sólo se nos prohibe adorar a Baal o a Júpiter, sino tampoco debemos adorar al dinero. Dios reclama el señoría sobre cada área de nuestras vidas. Como el apóstol Pablo dice, “Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquiera otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.“ (1 Cor. 10:31).

Una de las cosas más sorprendentes acerca de Jesús es que el demanda para sí mismo el mismo tipo de lealtad exclusiva que la que demandó Dios de Israel. Jesús apeló al quinto mandamiento en contra de los Fariseos y escribas que dedicaba a Dios lo que debía usarse para sostener a sus padres (Mat. 15:1-9). Pero Jesús también enseñó que la lealtad hacia él trasciende la lealtad a los padres (Mat.10:34-39). ¿Quién es Jesús para que pueda demandar tal servicio y homenaje? Sólo la lealtad a Dios trasciende la lealtad a los padres en el orden del pacto de Dios, y de esta manera, Jesús está haciendo una clara declaración de su divinidad. Como Jehová en el Antiguo Testamento, Jesús se presenta como el Señor del pacto, aquel a quien debemos toda nuestra lealtad (ver Mat. 7:21-29; Juan 14:6).

Al adorar hacemos cosas comunes, cosas que a menudo hacemos por los demás. La alabanza, por ejemplo, es o debe ser una parte de nuestra vida cotidiana. Los padres alaban a sus hijos por sus logros importantes y buen carácter. Los patrones alaban a sus empleados y viceversa, lo cual crea una buena atmósfera en el trabajo. Y Dios nos llama a alabarle en la adoración. Pero esa alabanza está a un nivel bastante diferente. Alabar a Dios es reconocerle como incondicionalmente superior a nosotros en todo aspecto, como aquel cuya grandeza está más allá de nuestro pobre poder de expresión. El es el objeto supremo de la alabanza.

Al adorar, expresamos nuestros afectos, gozo y tristeza. Confesamos nuestras faltas; hacemos peticiones; damos gracias; escuchamos mandatos, promesas y exhortaciones; damos regalos; recibimos limpieza (bautismo) y comemos y bebemos (la Cena del Señor). Estas cosas las hacemos todo el tiempo en nuestras relaciones normales con otras personas. Pero cuando las hacemos en la adoración, hay algo especial: las hacemos para el Señor, el Altísimo, el Creador y Rey de los cielos y la tierra; y las hacemos en Jesús nuestro salvador. En la adoración, estas acciones comunes se vuelven únicas, misteriosas, y transformadoras debido a Aquel a quien adoramos. Estas acciones vienen a ser el servicio sacerdotal por el cual reconocemos la grandeza de nuestro Señor del pacto.