Adoración centrada en Dios
Como hemos visto, adorar es dar homenaje. No es principalmente para nosotros, sino para aquel a quien deseamos honrar. Adoramos para que se complazca y encontramos nuestros placer en agradarle. La adoración debe estar, por lo tanto, centrada en Dios y centrada en Cristo. Debe estar enfocada en el Señor del pacto.
El señorío del pacto tienen tres aspectos: el control, la autoridad y la presencia. El Señor es el que controla el curso entero de la naturaleza y la historia, es quien habla con autoridad absoluta y suprema, y es quien toma a su pueblo para que sea suyo, para estar con ellos. Estos tres aspectos del señorío divino son prominentes en la adoración bíblica.
En la adoración, reconocemos el control de Dios, su gobierno soberano sobre la creación. Las alabanzas del pueblo de Dios en la Escritura son típicamente alabanzas por sus “actos portentosos” en la creación la providencia y la redención (ver, por ejemplo, Ex. 15:1-18; Sal. 104; Sof. 3:17; Apoc. 15:3-4).
Adorar a Dios es también arrodillarse ante su autoridad absoluta y suprema. Adoramos no sólo su poder, pero también su santa palabra. El salmo 19 alaba a Dios por revelarse a sí mismo a través de sus actos portentosos en la creación y la providencia (vrs. 1-6) y luego por la perfección de su ley (vrs. 7-11). Cuando entramos a su presencia, sobrecogidos por su majestad y poder, ¿cómo podemos ignorar lo que él nos dice? Así que, en la adoración escuchamos la lectura y la exposición de las Escrituras (ver. Hech. 15:21; 1 Tim. 4:13; Col. 4:16; 1 Tes. 5:27; Hech. 20:7; 2 Tim. 4:2). Dios quiere que seamos hacedores de su palabra, no sólo oidores (Rom. 2:13; Sant. 1:22-25; 4:11).
Y en la adoración, experimentamos la presencia de Dios. Como Señor del pacto, Dios viene a nosotros al adorarle para estar con nosotros. El tabernáculo y el templo en el Antiguo Testamento eran lugares donde Dios mismo se reunía con su pueblo (Ex. 20:24). Los adoradores gritan de júbilo de que Dios esté con su pueblo (Sof. 3:17). El nombre de Jesús, el nombre en el que adoramos, es Emanuel, que significa “Dios con nosotros” (Isa. 7:14; Mat. 1:23). En la adoración en el Nuevo Testamento, la presencia de Dios puede impresionar aun al visitante incrédulo, de tal manera que “él se postrará y adorará a Dios, declarando que en verdad Dios está entre vosotros” (1 Cor. 14:25).
Por lo tanto, la verdadera adoración está saturada de recordatorios del señorío de Dios. Adoramos para honrar sus actos portentosos, para escuchar su palabra de autoridad, y para tener comunión personal con él, como aquel quien nos ha hecho su pueblo. Cuando nos distraemos de nuestro Señor del pacto y estamos preocupados por nuestra propia comodidad y placer, entonces algo está seriamente mal con nuestra adoración. Como mi antiguo pastor Dick Kaufmann dice, “Cuando salgamos de la adoración, no debemos preguntarnos primero, ¿Qué obtuve? sino ¿Cómo desempeñé mi labor de honrar al Señor?
Gracias Señor digno eres de toda alabanza. Dios te continùe bendiciendo Nathan.
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