¿Por qué es el hombre un ser
ético?
A diferencia de los brutos
animales, el ser humano está dotado por Dios de una mente capaz de razonar y de
un albedrío responsable. El animal nace ya hecho, sigue en su conducta las
reyes de la herencia y se adapta por instinto a las situaciones, mientras que
el ser humano se va haciendo progresivamente, escogiendo continuamente su
futuro de entre un manojo de posibilidades, a golpes de deliberación sobre los
valores de los bienes a conseguir, que le sirven de motivación para obrar y le
empujan a una decisión en cada momento de la existencia.
Por estar dotado de una mente
capaz de razonar y abstraer, el hombre puede prefijarse un fin determinado y
tratar de hallar los medios necesarios para conseguido. En la vida humana hay
siempre una meta y una andadura. Pero el hombre no es un ser autónomo, puesto
que es un ser creado y, por tanto, es limitado y relativo. Nada hay absoluto en
el hombre. No teniendo dentro de sí mismo la fuente de su propia perfección y
felicidad, depende existencialmente del Creador que le ha señalado la meta y el
camino. De Dios fe ha de venir, por tanto, toda la normativa para su
comportamiento ético. Así no es extraño que toda la trama de la Revelación
Especial, supuesta la "caída" existencial del ser humano por la
corrupción original del pecado, comporte junto al concepto primordial de
"salvación" (liberación de Egipto), una constante andadura, un
"éxodo" de peregrinaje por fa vida, en dirección a una futura y
definitiva "Tierra Prometida". Lugares clave, entre otros muchos, son
Juan 14:2-6, Col. 2:6-7 y Heb. 11: 13-16.
¿Existe para el hombre una Ética
meramente Natural?
Ya de entrada, en esta primera
Lección, podemos anticipar que la idea de una Ética Natural o Filosofía Moral,
capaz de regir fa conducta del ser humano concreto, caído por el pecado, es una
utopía heterodoxa, puesto que no está de acuerdo con la experiencia histórica
ni con la Palabra de Dios. Después de la caída original, el ser humano está
inclinado al mal (es radicalmente egocéntrico) y se siente incapacitado para cumplir
la Ley de Dios, tendiendo siempre a rebelarse contra ella (cf. Rom. 1: 18; 8:7;
1.a Cor. 2: 14). Esta incapacidad del ser humano caído en el pecado, respecto
al bien obrar, quedó bien descrita, con palabras de Agustín de Hipona, en el
Concilio 11° de Orange, habido el año 529, canon 22: "De lo que es propio
del hombre. Nadie tiene de suyo otra cosa que mentira y pecado. Y si el hombre
posee algo de la verdad y de la justicia, le viene de aquella fuente, a la que
debemos dirigir nuestra sed en este desierto, a fin de que, como refrigerados
por algunas gotas, no desfallezcamos en el camino."
Sólo existe una Ética válida, la
cristiana
A la luz del Nuevo Testamento,
Cristo está en el centro de la Historia de la Salvación para toda la humanidad,
par-tiendo en dos la Historia (antes y después de Cristo) y la Geografía (a la
derecha o a la izquierda de Cristo); de tal forma que el destino definitivo de
todo ser humano (su eterna salvación o perdición) depende sola y necesariamente
de la siguiente alternativa: CREER O NO CREER, es decir, aceptar o rechazar a
Cristo, como único Salvador necesario y suficiente. Toda la conducta, todo el
comportamiento ético del ser humano, está ya tipificada como fruto de una de
esas dos raíces: fe o incredulidad. Lugares clave son Jn. 3: 14-21; Rom.
3:19-31; 2.8 Cor. 5:14-21.
De ahí que la única normativa
válida para el ser humano caído no es la que emerge de su propia condición
natural (lo que está de acuerdo con la naturaleza humana), sino que le viene de
fuera (en este sentido es "sobrenatural"). La genuina ética humana,
la única normativa capaz de llevarle a puerto seguro, le viene de la acción del
Espíritu de Dios; es fruto de un "nuevo nacimiento", de la
regeneración espiritual realizada por el Espíritu Santo (de ordinario, mediante
el oír la Palabra de Dios) y de la constante docilidad a los impulsos del mismo
Espíritu (cf. Jn. 3:3,5; Rom. 8:14; 12:1-2; Gál. 5:22-23; 1.8 Pedro 1:22-23).
La Ética cristiana está afincada
en la vida eterna, en la vida divina; tanto que la vida del cristiano es
"participación de la naturaleza divina" (2 Pedro 1:4), es decir, de
la conducta moral de Dios. De este concepto ético que comporta la participación
de la naturaleza divina, arranca toda la temática moral de la Biblia, desde el
primer "seréis santos, porque Yo soy santo" de Lev. 11:44, hasta el
"todo aquel que tiene esta esperanza en él (Jesucristo), se purifica a sí
mismo, así como él es puro. Así es como el Evangelio es verdaderamente doctrina
de vida, y la fe es entrega total para recibir la vida y recibida en plenitud.
Toda la Revelación está orientada hacia la Acción. Por eso, vemos cómo S.
Pablo, en todas sus epístolas, detrás de la parte expositiva, siempre exhorta a
la aplicación práctica de las enseñanzas expuestas.